EN UN MUNDO DE INTERESES UN TESTIMONIO DESINTERESADO
Mi nombre es María José Gómez Alvite, tengo cuarenta y cuatro años y mi profesión es profesora.
Con veinticinco años empecé a tener síntomas extraños como hinchazón abdominal, erupciones cutáneas, dolores de cabeza de repetición y malestar y mareo ante la presencia de ciertos aromas.
Desconocía por completo qué le estaba aconteciendo a mi organismo. En un principio se me trató sin éxito para el estrés, juzgando que este era mi problema.
Poco a poco los síntomas iniciales se agudizaron y aparecieron otros nuevos (febrícula, fiebre, distermia, pérdida de memoria, atontamiento, desubicación, colon irritable…).
El agravamiento vino cuando en mi puesto de trabajo (un centro de enseñanza) se construyó un edificio pegado al que usábamos, fue durante el curso escolar. La presencia de cementos, colas, resinas, pinturas, ácidos secantes… provocó un debilitamiento súbito en mi cuerpo. Recuerdo que entre una planta y la otra del centro escolar había poco más de una docena de escalones y al subirlos o bajarlos yo presentaba una profusa sudoración. Mis compañeros se burlaban de mí diciéndome que me tenía que apuntar a un gimnasio pues estaba en muy baja forma física. Yo les sonreía, ignoraba lo que me pasaba, pero sabía que algo grave estaba afectando a mi cuerpo. Jamás había oído hablar de Sensibilidad Química Múltiple.
Me trasladé de centro y a los pocos meses surgió la epidemia de la gripe A, con unos protocolos de actuación muy específicos para los centros de enseñanza. Debíamos desinfectarnos las manos nosotros y los niños varias decenas de veces al día con gel hidroalcohólico. Mi salud se resintió definitivamente: empezaron los vahídos, los desvanecimientos, el dolor de cabeza continuado en el tiempo, las taquicardias, el asma, la afectación psicológica en forma de no reconocimiento de caras, la incapacidad numérica, el entumecimiento, la fibromialgia, el síndrome seco, la desorientación, las pérdidas de voz (en ocasiones por períodos superiores a dos semanas), la dificultad para hablar, la falta de concentración…
Así llegaría en el 2014 el primer diagnóstico de la sanidad pública: Sensibilidad Química Múltiple. Y en el 2015: Fibromialgia, Encefalomielitis miálgica y Sensibilidad Química Múltiple. En este último informe se dice también que presento afectación a las ondas o electrohipersensibilidad. Confieso que tampoco había escuchado hablar de esta enfermedad, ni siquiera me imaginaba que pudiera existir. Ahora me explicaba por qué no podía estar más de 10 minutos ante cualquier dispositivo eléctrico o electrónico. Eso me dio la pista para entender por qué llevaba más de diez años con la elaboración de mi tesis doctoral y por qué nada más encender el ordenador y ponerme a corregirla tenía que volver a apagarlo.
La vida por la que había luchado, soy tres veces licenciada, tengo un título de grado y soy doctora, se había venido abajo como un edificio que se derrumba. Mi sueño: ser una prestigiosa catedrática de universidad se vio desmoronado. Una enfermedad, o cuatro, más bien, habían derribado todo aquello por lo que había luchado una vida.
Reconozco que en un principio lo pasé horrible, las ideas de poner punto y final a este mal sueño eran recurrentes. Todo cuanto había proyectado y, que estaba al alcance de mi mano, se vino abajo.
A cambio, obtuve: la incomprensión de los que me rodeaban, entre los que están buena parte de mi familia; la pérdida de los que consideraba mis amigos, quienes, de repente, no podían comprender la vida casi eremítica que me veía obligada a llevar.
Atrás quedaban las reuniones sociales, las salidas diurnas y nocturnas, la asistencia a espectáculos, los viajes, etc.
Empezaba una nueva vida, yo pude encontrar una pequeña llama de luz a la que seguir, minúscula pero capaz de tirar por mis pocas ganas de continuar viviendo: me doy cuenta de que las enfermedades que padezco se están convirtiendo en una plaga del siglo XXI, mientras las personas estamos entretenidas con la publicidad, con un modo de vida superficial, con el entretenimiento y desinformación a través de fuentes de contenidos interesadas. Aquí está mi papel.
Concienciada de este gran problema e incapacitada para realizar cualquier actividad productiva, alzaría mi voz con mi testimonio, desinteresado, porque nada pierdo, ni nada gano, porque quizás mi advertencia y mi ejemplo puedan servir a alguna persona cauta a mejorar sus hábitos de vida o a extremar sus precauciones ante los químicos y las ondas eléctricas y electromagnéticas en el trabajo.
A mí no me paga ni me subvenciona ninguna empresa, ninguna asociación, ningún equipo de investigación que reciba fondos de aquí o de allá, así que, simplemente, puedo ofrecer mi testimonio desinteresadamente.
Ahí lo tienen y les animo a que lo rebatan las veces que quieran, a que intenten convencer al gran público de que estas son enfermedades psicológicas o psiquiátricas. Cuánto más interés pongan en hacerlo más estarán demostrando sus intereses ocultos. ¡Despáchense tranquilos, yo no voy a rebatir personalmente a nadie ni a sus interesadas investigaciones, el tiempo coloca a cada uno en su lugar!